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LAS VIEJAS CANTINAS EN AGUASCALIENTES

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Aguascalientes, siempre se ha distinguido por su cordialidad, por su don de gente, por su forma de tratar a propios y extraños, parte de esa cordialidad es contar con centros de reunión donde encontrarse con la familia, con los amigos, pasar un buen momento, para comentar los últimos acontecimientos, pero también para criticar a los ausentes y a los presentes y para sorprender incautos. Puede ser algún sitio donde tomar alguna bebida, como un café o un restaurante, hay quien prefiere las reuniones más baquitas, para ellos se crearon las cantinas. Desde su aparición, las cantinas se convirtieron en el sitio favorito de reunión de todas las clases sociales, los motivos abundan; por alegría, por tristeza, para contar sus penas, planear buenos y malos negocios o hasta ilícitos, entablar largos diálogos con sentido y sin sentido con los amigos o hasta con uno mismo, o simplemente para pasar el rato y tomar algunos tragos.

No hace muchos años había cantinas de todos olores y sabores, sobre todo de lo primero, con una fisonomía muy parecida; sus puertas dobles de madera, con su larga barra también de madera, de estribo en la parte inferior, para darse ese extraño gusto de sostener un pie más arriba que el otro, para terminar con toda su humanidad visitando el piso; su canal con agua corrediza, a donde iban a dar algunos líquidos que no soportaba más el sufrido cuerpo. En una esquina con vista a la calle, su mingitorio de épocas muy remotas, por el que rara vez pasaba el detergente, despidiendo un inconfundible aroma que traspasaba sus puertas dobles, para cubrir varios metros a la redonda, que además daba identidad a la cantina. Dependiendo de la categoría del local, tenían su contra barra, que podía estar muy bien surtida, con vinos de la mejor calidad o con unas cuantas botellas, de bebidas de ínfima categoría, adornada con cuadros y calendarios de años muy remotos, con sonrientes chicas de generosas formas y escasas de ropa, sus espejos ya muy opacos por su larga antigüedad, donde dejaron plasmada su imagen, varias generaciones de embrutecidos parroquianos. Su imprescindible y siempre ruidosa rockola, que además servía de baño de lágrimas y de apoyo, para los que ya estaban entregando el espíritu; completaban la decoración, unos apartados tipo pullman de madera y varias mesas, también de resistente madera, para soportar los golpes del cubilete y de los clientes agresivos o de lámina, con sus sillas del mismo material, con un solitario salero al centro. A un costado, un misterioso cuarto convertido en baño para necesidades mayores, siempre cerrado con candado, para uso exclusivo de unos cuantos clientes Algunas cantinas se distinguían por su buen servicio, otras todo lo contrario, algunas por ser muy elitistas, los clientes y los meseros, también le daban su toque de distinción a estos venerados lugares. Quedan por ahí algunas de las viejas cantinas, de las de antes, ya con algunas transformaciones, las barras ya no tienen su canalito de agua corrediza para las emergencias, y lo que es más doloroso, su tan buscado y agradable para muchos aroma a mingitorio, con vista a la calle ya no existe, otras desaparecieron para siempre del mapa etílico.

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